“Señor, Ábrenos”  

En el artículo del boletín de la semana pasada, escribí que los católicos necesitan tener una fe ardiente, angustiarse en cuanto a cómo vivir nuestro llamado bautismal y dar testimonio de Cristo. Lamentablemente, muchos católicos nunca abrazaron esta parte del Evangelio, por lo que la idea de compartir nuestra fe al evangelizar, no es algo que muchos católicos piensen que es importante, hasta muchos sacerdotes. Incluso algunos de los programas de “evangelización” que he visto se enfocan más en construir una espiritualidad personal y una renovación de nuestro discipulado que en compartir a Cristo con los demás.

     En el Evangelio de hoy, cuando se le pregunta si solo unos pocos serán salvos, Jesús menciona cómo las personas gritarán: “Señor, ábrenos”, pero Él responderá, ¡No sé de dónde son ustedes! Esto se debe a que pasamos más tiempo tratando de traer a Jesús a nosotros en lugar de llevarnos a nosotros mismos a Jesús.

     Quiero ser muy claro aquí pues no estoy predicando la herejía donde “nos esforzamos por entrar por la puerta angosta” y hacernos perfectos, sin pecado o de alguna manera “dignos” del cielo (pelagianismo). Demasiados predicadores confunden la “puerta angosta” con el camino de la perfección y engañan a las personas a conseguir un nivel de santidad imposible. Esto también alienta a juzgar a otros por las vidas que llevan, destrozando nuestra unidad en Cristo. Prefiero centrarme en ser “lo suficientemente fuerte” para entrar por la puerta angosta. Creo que la fuerza que necesitamos tener es la fuerza de nuestra fe, no la fuerza de nuestras buenas obras o santidad. Pero una fe fuerte significa más que simplemente “conocer” a Jesús o asistir a Misa. Las personas rechazadas son las mismas que dicen: “Comimos y bebimos en tu compañía y enseñaste en nuestras calles”. Eso es como decir: “Fui a la Comunión y escuché en la Misa o oré todos los días”. Una fe fuerte significa poner a Jesús primero. No es preguntar “¿Qué haría Jesús?”, sino que nos preguntamos: “¿Estoy haciendo lo que Jesús quiere que yo haga?” Una fe fuerte es más que Discipulado; también es Mayordomía. Renueva Mi Iglesia habla de hacernos “discípulos misioneros” siguiendo el ejemplo del Papa Francisco. Yo prefiero decir un mayordomo-discípulo porque asumimos la responsabilidad de la fe que se nos ha dado y la usamos para la gloria de Dios. Confiamos en que Dios nos dará lo que necesitamos cuando lo necesitemos. La fuerza de nuestra fe no es lo que podemos hacer, sino lo que permitimos que Dios haga a través de nosotros.

     Todos conocemos a personas que tienen una gran fe, hasta cierto punto. Rezan bien. Viven una buena vida. Algunos incluso predican bien. También sabemos que la fe de algunas de estas personas puede ser grande, pero no es fuerte. Cuando son tentados, dejan de lado sus principios. Cuando son bienvenidos en una iglesia que solo habla de bendiciones, abandonan su fe en la cruz. Cuando llega la adversidad, se vuelven contra Dios. Sí, tienen una gran fe, pero no es lo suficientemente fuerte como para someterse a la disciplina de Dios.

     Para mí, solo hay una manera de hacer que nuestra fe sea lo suficientemente fuerte como para entrar por la puerta angosta. Mi oración es siempre: “Señor, ábreme la puerta”. Cuando estoy en necesidad, oro para que Dios abra la puerta. Cuando no estoy seguro de qué camino tomar, oro para que Dios abra la puerta. Cuando esté listo para dar gracias por todas las bendiciones que he recibido, oro para que Dios abra la puerta. Y cuando siento con demasiada fuerza mi debilidad humana debido a la edad o la fragilidad o la enfermedad o el pecado, oro para que Dios abra la puerta. Los más fuertes en la fe no hacen nada por sí mismos, sino que pueden hacer todas las cosas dejando que Dios abra las puertas ante nosotros.     Paz, Padre Nicolás