Mensaje de Nuestro Párroco – 17 de septiembre 2023

Estimados amigos en Cristo,

A medida que continuamos en el año del Avivamiento Eucarístico para toda la Iglesia Católica en los Estados Unidos, también queremos centrarnos en la renovación litúrgica en nuestra parroquia. El tiempo de la pandemia causó cambios en muchas de nuestras costumbres  establecidas como católicos. No podemos subestimar el valor de los hábitos que hemos formado. Por ejemplo: el hábito de asistir a Misa en persona cada domingo, el hábito de confesarnos regularmente, el hábito de bendecirnos con agua bendita para recordar nuestro bautismo al entrar en la iglesia, y así sucesivamente.

Una forma en que la Iglesia habla sobre el valor del hábito es con esta breve frase latina: lex orandi, lex credendi. Traducido literalmente esto significa: la ley de orar es la ley de creer. En otras palabras, la forma en que celebramos la liturgia, rezamos las oraciones, proclamamos la Palabra de Dios, recibimos la Sagrada Eucaristía nos indica lo que realmente creemos sobre los misterios que estamos celebrando. El Papa Francisco escribió recientemente sobre esta realidad de una manera que debería ser familiar para todos nosotros:

“Otra cuestión decisiva –reflexionando de nuevo sobre cómo nos forma la Liturgia– es la educación necesaria para adquirir la actitud interior, que nos permita situar y comprender los símbolos litúrgicos. Lo expreso de forma sencilla. Pienso en los padres y, más aún, en los abuelos, pero también en nuestros párrocos y catequistas. Muchos de nosotros aprendimos de ellos el poder de los gestos litúrgicos, como la señal de la cruz, el arrodillarse o las fórmulas de nuestra fe. Quizás puede que no tengamos un vivo recuerdo de ello, pero podemos imaginar fácilmente el gesto de una mano más grande que toma la pequeña mano de un niño y acompañándola lentamente mientras traza, por primera vez, la señal de nuestra salvación. El movimiento va acompañado de las palabras, también lentas, como para apropiarse de cada instante de ese gesto, de todo el cuerpo: «En el nombre del Padre… y del Hijo… y del Espíritu Santo… Amén». Para después soltar la mano del niño y, dispuesto a acudir en su ayuda, ver cómo repite él solo ese gesto ya entregado, como si fuera un hábito que crecerá con él, vistiéndolo de la manera que sólo el Espíritu conoce. A partir de ese momento, ese gesto, su fuerza simbólica, nos pertenece o, mejor dicho, pertenecemos a ese gesto, nos da forma, somos formados por él. No es necesario hablar demasiado, no es necesario haber entendido todo sobre ese gesto: es necesario ser pequeño, tanto al entregarlo, como al recibirlo. El resto es obra del Espíritu. Así hemos sido iniciados en el lenguaje simbólico. No podemos permitir que nos roben esta riqueza. A medida que crecemos, podemos tener más medios para comprender, pero siempre con la condición de seguir siendo pequeños” (Desiderio Desideravi, 47).

Cuando nos reunimos en la iglesia para orar, o incluso cuando ustedes se reúnen para orar en casa con sus familias e hijos, es importante recordar que la forma en que oramos realmente nos dice algo sobre lo que realmente creemos.

Sinceramente suyo en Cristo,

Fr. Thomas J. Byrne