De la Oficina del Parroco: Edición Seminarista 11 Feb 2024

¡Tiempo Ordinario!

Puede ser fácil pasar por alto esta temporada, ya que no está marcada por ninguna característica “notable”. Por ejemplo, asociamos el Adviento con una corona o la Cuaresma con el ayuno; la Navidad y la Pascua están llenas de solemnes celebraciones litúrgicas y momentos alegres que experimentamos con la familia. Por lo tanto, puede ser fácil ver esta temporada como solo “relleno de eventos triviales” entre la Navidad y la Cuaresma, o la Pascua y el Adviento.

El Catecismo de la Iglesia Católica, párrafo 1194, dice: La Iglesia, “en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor”.  En otras palabras, todo el tiempo litúrgico es significativo porque celebramos y aprendemos más sobre la vida del Señor Jesús.

Los obispos estadounidenses describen el Tiempo Ordinario como el tiempo “en el que los fieles consideran la plenitud de las enseñanzas y obras de Jesús entre su pueblo”.  Si usted asiste diariamente a Misa, notará que el Evangelio del día proviene en gran medida de Marcos y detalla el ministerio de Jesús en todo Israel.  Al meditar en las palabras y los hechos de Jesús, debemos hacer lo que hicieron sus discípulos: observar de cerca al rabino, escuchar cada palabra suya e imitar su ejemplo.

Luego está el verde.  Tengo un amigo que vive en Florida, que tiene vegetación verde todo el año, y que una vez me comentó que tal vez a la gente le encanta vivir en Florida por lo verde que es.  ¡Todo está vivo y está radiante de vida!  El verde debería hacernos pensar exactamente en estas cosas: vida, vitalidad y crecimiento.

Es especialmente oportuno, pues, que el Tiempo Ordinario se celebre después de las dos grandes fiestas solemnes del año, la Navidad y la Pascua.  Porque el Nacimiento y la Resurrección de Cristo son los grandes misterios que insuflan nueva vida a la Iglesia, la revigorizan y estimulan su crecimiento.  El Tiempo Ordinario también era conocido en el pasado como “el tiempo de los santos”, especialmente después de la Pascua.  Al celebrar a los santos, la Iglesia nos enseña que “la santidad está siempre a tiempo”, y que es posible que todas las personas, independientemente de su condición en la vida, sigan a Cristo y alcancen una gran santidad.

Además, el Tiempo Ordinario no se llama ordinario debido a su “regularidad” o porque es “lo de siempre” en la Iglesia.  La palabra “ordinario” se refiere al “orden” del tiempo, es decir, cada domingo se denomina por su número “ordinal”: Primer Domingo, Segundo  Domingo, Decimotercer Domingo. 

Sin embargo, es bueno meditar en la palabra “ordinario” como en “cotidianidad/ normalidad”.  ¿Puede uno encontrar a Dios en las tareas mundanas y a menudo aburridas de la vida diaria?  El Tiempo Ordinario nos desafía a hacerlo.  A medida que nos alejamos de la temporada navideña y volvemos a nuestra rutina regular de escuela o trabajo, recordemos la verdad eterna enseñada por la vida oculta de Cristo en Nazaret: “La vida oculta de Nazaret permite a todos entrar en comunión con Jesús a través de los caminos más ordinarios de la vida humana”. (Catecismo de la Iglesia Católica, párrafo 533).

Que en este Tiempo Ordinario nos demos cuenta más profundamente de lo cerca que está Jesús, quien “tomo forma humana” para semejarse a todas las cosas ordinarias de nuestra vida”.

Conrad Espino

Seminarista (Configuración 2 — Seminario Mayor de Mundelein)

Arquidiócesis de Chicago

ChicagoPriest.com