Del Párroco – 16 de julio 23

Estimados amigos en Cristo,

Si usted aún no conoce sobre mi origen
cultural, pronto descubrirá que soy de
descendencia irlandesa en ambos lados de mi familia. De hecho, mis abuelos paternos
llegaron con mi padre a Chicago de Irlanda en 1955, por lo que nos orgullecemos de decir que somos inmigrantes recién llegados a este país. Mi abuelo viene de un pueblo pequeño al oeste de Irlanda, no muy lejos del Santuario de la Virgen de Knock. Fue allí donde la virgen se apareció junto con San Jose y San Juan Evangelista, en 1879.

Al ver esta parte de Irlanda, podríamos pensar que no hay algún otro lugar tan hermoso como tal en todo el mundo.  Sin embargo, mi abuelo solía referirse a esta área como la “peor parte de Irlanda” por la razón de que el suelo allí era tan pedregoso.  Como la mayoría de la gente allí eran agricultores, era muy difícil arar la tierra y se pasaba muchas horas recogiendo las
piedras del suelo para poder cultivar.  Era un trabajo agotador.

Vemos lo que le sucede a la semilla que cae en terreno pedregoso en el evangelio de hoy.  Jesús nos dice que “ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron”.  En otras palabras: muere.  Parte de nuestro trabajo diario de vivir como
discípulos de Jesús es recoger las piedras del terreno de nuestros corazones.  Puede ser un trabajo agotador, y lleva tiempo. Al observar los lugares en mí que
impiden que Dios pueda amarme nunca es agradable, pero la alternativa es mucho peor. La palabra de Dios anhela encontrar un lugar para crecer dentro de
nuestros corazones para que verdaderamente
podamos dar frutos para nuestra propia salvación y por el bien del mundo. ¿Acaso permitiremos que el amor de Dios purifique nuestros corazones?

Sinceramente suyo en Cristo,

P. Thomas Byrne