“Una Torre Incompleta”

     Ahora que he anunciado mi jubilación debido a problemas de salud, yo, por supuesto, tengo sentimientos sobre la “torre incompleta” que estoy dejando atrás. Claro que hablo de forma figurativa. No hay “torres incompletas” en La Merced, pero hay una serie de proyectos que están planeados, deben hacerse o están en proceso, todos los cuales dejaré en las manos capacitadas del personal y los feligreses y de quien sea nombrado administrador quien decidirá terminarlos o no. Hay momentos en la vida cuando tenemos la oportunidad de “completar nuestra misión”, pero la mayor parte de la vida es perseguir un objetivo tras otro, por lo que incluso aquellos que eligen “terminar esta última misión” a menudo encuentran que siempre habrá otra cosa más que terminar.

     Como dije en mis comentarios el domingo pasado, este problema de salud en particular (presión arterial alta) no es algo que pueda ser ignorado porque los efectos podrían ser desastrosos. Con ese fin, quiero hacer un llamado a todos en la parroquia para que se aseguren de que tengan exámenes de salud regulares para que sepan qué hacer para mantenerse saludables y proteger a su familia.

     La “torre incompleta” a la que me refiero en el título del artículo de hoy está construyendo una vida de fe. Obviamente, esta torre permanecerá “sin cimientos/sin terminar” hasta el día en que muramos, ya que estamos destinados a crecer siempre en el Señor. Pero dejar algo sin terminar porque todavía lo estamos construyendo y NO PODER terminar un proyecto son dos cosas diferentes. Jesús habla de la persona que comienza a construir una torre pero no puede terminarla porque carece de los recursos para hacerlo. La torre es sólo una imagen para Él de nuestra vida espiritual.

     El Evangelio de hoy comienza con la única frase que Jesús dice y que no es universalmente aceptada ni creída. “Si alguno quiere venir a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a su propia persona, no puede ser discípulo mío”. Nos estremece la idea de tener que odiar a nuestra familia y a nosotros mismos para seguir a Jesús. No tiene sentido para nosotros y parece estar en contra del mandamiento mismo de amar a los demás. Luego viene el ejemplo de la construcción de una torre.

     Construir una vida de fe requiere muchos de nuestros recursos y energía. Sin embargo, estamos frecuentemente consumidos por las preocupaciones diarias que dejamos de lado la vida de fe para atender los problemas familiares o las situaciones laborales. Cuando llega el domingo, muchas personas están demasiado cansadas para venir a la Iglesia o les resulta otra tarea más en lugar de una experiencia enriquecedora. Han pasado el transcurso del tiempo en otro lugar y no les queda tiempo para Dios. Otros ven la vida espiritual como algo personal. La iglesia no es esencial para ellos, aunque Jesús dice que lo es. Las redes sociales e incluso la Misa transmitida en vivo son su única conexión con los demás, excluyéndolos de recibir la Eucaristía o orar juntos en comunidad. Han gastado sus recursos creando una relación en sus computadoras y no les queda nada para construir una relación con Cristo.

     El recurso más común que las personas usan para construir su torre de fe son los sacramentos. Muchos piensan que ser bautizado, recibir la Sagrada Comunión, la Confirmación es todo lo que se necesita para construir su propia torre de fe. Los sacramentos son hitos en el camino, pero incluso ellos no son suficientes. La fe no viene porque asistimos a clases de catecismo o hemos recibido todos nuestros sacramentos. La fe ni siquiera es orar diariamente. La fe es una relación continua con Jesucristo, quien es a la vez Dios y Hombre, Palabra y Sacramento. Sin Él, nunca tendrá suficiente. Con Él, nunca querrá más.     Paz, Padre Nicolás